¿Me concedería esta pieza?


Una extraña figura se desplazaba por los silenciosos pasillos de un hospital, aquel extraño hombre de altura considerable, notoria delgadez y una palidez fuera de lo común buscaba a alguien en particular, no debía faltar aquella noche, pues lo estaban esperando.

Al llegar a la puerta que buscaba, tomó el pomo de la puerta y, cuidadosamente, la abrió de par en par, al entrar observó que en la estancia no había nadie más que la persona que yacía en aquella camilla, olvidada marchitándose en silencio. Yacía dormida pero al percatarse de su presencia abrió los ojos y lo observó con un brillo casi extinto en sus ojos.

-Qué mal te han tratado, querida-dijo el hombre, sacando de su traje un ramo de flores y dejándolo en el florero vacío que yacía en una mesa junto a una ventana que en ese momento mostraba el estrellado cielo nocturno.

-Esperaba con ansias tu visita-dijo la mujer que yacía acostada.

-No te preocupes que lo peor ya pasó, ahora estás conmigo y nada malo pasará, pues el tiempo en la eternidad se detiene y se inmortaliza la paz-dijo él con voz tranquila.

-No esperaba que me vieras así-dijo ella haciendo un gesto con su mirada hacía su cuerpo.

-No te preocupes, te ves de maravilla, hay algo que desde hace años quería pedirte-contestó él con la misma voz tranquila que antes.

-¿Y qué es eso que me querías preguntar?-dijo ella con los ojos inquisitivos de una niña.

-¿Me concederías esta pieza?-preguntó él tendiéndole una mano de la cual se había quitado el guante que llevaba.

-Claro, pero no puedo caminar, mis piernas ya no responden-contestó ella algo apenada.

-Eso no es problema-dijo él y tomándole suavemente una mano la ayudó a ponerse en pie y comenzaron a bailar en aquella silenciosa habitación de hospital.

En aquella apacible noche estrellada, en aquella silenciosa habitación de hospital, aquella anciana bailó por última vez con la muerte como cuando tuvo aquel accidente de niña pero él le dijo que aun no era su hora. Aquella noche, en medio de su baile, aquella anciana se entregó a los brazos de la muerte como si de un viejo y querido amigo se tratara.

En la camilla, el monitor que marcaba el ritmo cardíaco de la paciente anunció con un pitido final que su alma había abandonado su cuerpo, pero dejó en él su mejor sonrisa.

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