la puerta y el sendero
Al despertar estaba desorientado, no podía recordar nada
anterior, por lo que de lo único que pude valerme fue de mi entorno. Aquel
lugar no ofrecía muchos indicios, pero lo primero que sentí extraño fue mi
incapacidad para sentir la temperatura del ambiente.
Luego de lo que pareció un rato-dudaba de que el tiempo
pasase en ese extraño lugar a oscuras-me percaté también de que no sentía mis
extremidades, me pareció que estaba en un sueño, pero antes de llenar mi cabeza
con certezas equivocadas y falsas ilusiones seguí investigando.
Mientras avanzaba a ciegas, sentí la confianza para
seguir adelante, pero no era una confianza propia, sino que fluía como un
manantial de los recuerdos de mi vida y las personas que amé.
Sintiendo aquella confianza seguí adelante, hasta que
llegué a lo que parecía una puerta de apariencia antigua, en ella se hallaba
grabada una inscripción, a ambos lados había antorchas ubicadas de modo tal que
iluminaban la puerta y la inscripción grabada en ella, la inscripción decía:
“Lo que fue ya pasó, lo que está por ser es lo que
intriga, si tienes la confianza, ilumina el camino y anda sin miedos”.
Tomé una antorcha y, decidido, avancé sin miedo. Al
cruzar la abertura divisé, a lo lejos, un altar iluminado.
Cuando llegué al altar, observé que había otra
inscripción que decía:
“el final del camino andado no es más que el principio
del camino por andar”
Encima del altar había un ataúd, por lo que una certeza
cruzó mi mente, he muerto.
En ese momento sucumbí antes las dudas y, por primera vez
desde que desperté sentí miedo. Pero oí una voz conocida, mi dulce María. La
mujer que, en vida, amé y perdí entre las frías garras de la enfermedad.
Su voz parecía brotar del ataúd, que grata sorpresa sentí
cuando observé dentro del ataúd, observé que se extendía un sendero, pero lo
mejor estaba parado allí y tenía forma femenina, María.
Ella estaba descalza, con el cabello suelto, se la veía
tan radiante, tan natural sin marcas de la enfermedad que la demacró, para
luego quitarle la vida, se la veía tan hermosa.
En ese momento me percaté de que iba descalzo, entré en
el ataúd y, sentí una agradable sensación cuando mis pies pisaron aquel
sendero. Tomé la mano que me extendió María y, juntos comenzamos a caminar
hacía la felicidad donde nos esperaban más personas para ser felices juntos,
pero de momento aquello me bastaba para ser feliz, el uno junto al otro tomados
de la mano, María y yo.
FIN
muy dulce♥
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