El extraño retrato
Hay personas que aseguran que el arte es vida o más bien que
el arte está vivo, siempre me sonó extraño, pero al ver el cuadro que estaba
colgado sobre la pared de la sala de mi casa, podría jurar que sentía que me
reconfortaba con su sola presencia allí.
Si bien era soltera, mi vida distaba de ser solitaria,
aburrida o triste, disfrutaba de los momentos que me dedicaba, de dormir
abrazada a la almohada, de contarme locuras que me hacían reír a carcajadas.
Sí, la vida de soltera no tiene porqué ser algo malo, puede ser también una
manera de ser feliz.
Como ya dije antes, el cuadro de la sala me hacía compañía
desde la pared de la sala donde lo había colgado el día que lo compré en una
tienda de antigüedades. El cuadro era un retrato de un joven de complexión
delgada y un rostro que portaba cierta belleza. Sus ojos, a pesar de estar
dibujados, denotaban una cierta profundidad y hasta bondad, pero por debajo de
eso parecía esconder una fogosa pasión y hasta crueldad.
El vendedor me comentó que por lo visto era el hijo de un
duque, que en el siglo XIX murió junto a toda su familia luego de un extraño
incidente, tras la tragedia jamás se halló el cuerpo de su hijo, el cual había sido
retratado días antes de aquel incidente.
Aquel día, que aparentaba ser tan normal como otros, volvía
de trabajar en la oficina y me detuve a ver unos vestidos que me agradaban,
mientras observaba las prendas de ropa pensaba que podía obsequiarme uno y
vestirlo con elegancia, esto me produjo algunas risitas disimuladas, al final
compré uno que me gustó y partí rumbo a mi casa.
Al llegar vi que había indicios de que alguien había
intentado o había logrado entrar a mi casa, por lo visto habían entrado a
robar, al acercarme despacio puse mis manos contra el vestido nuevo que me
había puesto en la tienda donde lo había comprado, quizás nunca debí acercarme
a mi casa sin antes haber llamado a algún vecino o incluso a la policía, aunque
debo confesar que me ganó la curiosidad de saber que se habían llevado si
habían logrado entrar.
Cuando logré entrar, caminé por la sala viendo que todo
seguía en su lugar por lo que sentí un cierto alivio, pero aquel efímero alivio
se desvaneció cuando sentí pisadas que provenían de la cocina. A los pocos
segundos, una figura masculina emergió de la cocina blandiendo un cuchillo.
Cuando cruzó el dintel de la puerta no supe que hacer por lo que mi primera
reacción fue querer salir corriendo, pero cuando vi que me perseguiría le pateé
una mesa ratonera, con lo cual cayó y perdió el cuchillo.
Se levantó furioso y me persiguió hasta que me alcanzó y me
tomó del cabello, me tiro al suelo y comenzó a desgarrarme el vestido nuevo
hasta dejarme en ropa interior y en ese momento pude ver sus intenciones tan
claras como el agua. Mientras mis lágrimas corrían por mis pómulos y pedía
ayuda y por favor que no me hiciera nada, mi desesperanza crecía a raudales.
Fue en aquel momento que sucedió lo que jamás creí que
pudiese suceder, sentí un sonido en otra parte de la sala cercana a la que
estaba el sujeto antes de abalanzarse sobre mí, luego de un instante sentí que
el sujeto dejaba de intentar quitarme la ropa interior y cedía en su fuerza,
más bien sus fuerzas lo abandonaban.
Lo empujé a un costado y me erguí como pude para ver que
sucedía, aunque quizás jamás quise ver aquello, de pie en la sala de mi casa
estaba el hombre del retrato que colgaba en una de las paredes de aquella sala,
el retrato en cuestión estaba vacío.
El hombre sostenía el cuchillo en la mano con el cual había
apuñalado a aquel hombre que me había atacado, en ese momento el miedo me
invadió junto al desconcierto, pero no podía hacer algo para protegerme si
aquel hombre intentaba lastimarme, por lo que intenté suplicar por mi vida pero
no salió de mi boca más que un leve gemido asustado.
Aquel hombre, de traje impoluto, me tendió la mano que no
sostenía el cuchillo y gentilmente me ayudó a levantarme del suelo, luego
sorpresivamente pasó su lengua por el filo del cuchillo chupando la sangre que
tenía y se dio la vuelta para tomar el cadáver de mi agresor, y arrastrándolo,
lo llevó hasta el retrato del cual había salido, aparentemente.
Luego de esconder el cadáver en el retrato se dispuso a volver
a ocupar su puesto en la pared de la sala de mi casa, pero antes se dio media
vuelta y me dirigió una mirada de ternura y una pasión salvaje, luego entró de
nuevo al retrato para seguir vigilando mi vida y evitar que cualquier persona
que quisiera lastimarme pudiera hacerlo.
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