Instituto de sangre
-Cuéntame
de nuevo lo que te aterra por las noches-dijo mi psicólogo.
-¿es
necesario rememorar lo que debe permanecer enterrado?-pregunté negándome a la
futura
respuesta.
-el
hecho de contarlo hace que purifique su mente de esos malos momentos.
-muy
bien-contesté, decidido a contarlo una vez más para sanar de aquellos traumas,
a veces no me pagan lo suficiente en el trabajo por las cosas que he visto-acá
va mi historia de nuevo-dije, tomé aire y comencé.
Nos llamaron del trabajo a Carlos, Laura y a mí, tres
entramos al infierno pero solo yo logré salir con vida. Bueno, con vida es
demasiado pretencioso, logré salir y punto, a veces, en el punto más álgido de
la madrugada siento la parte de mí que murió en aquel lugar.
El trabajo era extraño, nuestro trabajo es recolectar pistas
para las investigaciones de la policía, el caso era visitar un colegio
internado, en donde los estudiantes viven a lo largo de la semana, solo que la
peculiaridad de este internado es que los alumnos solían presentar síntomas de
desórdenes mentales.
Pero el caso era que durante la noche anterior, las
actividades habían cesado sorpresivamente, y cuando llegaron los proveedores a
la mañana siguiente llamaron a la policía al ver la cantidad de cadáveres que
había allí.
Al llegar al lugar de los hechos nos encontramos con un
colegio de internados cerrado para evitar que la gente pudiera entrar… o salir.
El asesino aún permanecía en las sombras, también eso debíamos descubrir.
Al aproximarnos a la entrada nos encontramos con un oficial
de policía quien nos abriría las puertas, pero que detrás de nosotros las
cerraría para evitar que quien hubiese perpetrado la masacre escapara.
Aún no
sabíamos si quien había asesinado a tantas personas seguía en el lugar o si no
se había suicidado ya, pero una cosa era segura, estaríamos encerrados con un
asesino dentro de su patio de juegos.
-no creo que debamos separarnos hasta encontrar
información-dijo Carlos, a lo que yo le hice un gesto infantil de que era un
miedoso.
En ese momento estábamos en la nave principal del edificio,
nos guiábamos con linternas, por lo que fuimos barriendo la estancia con los
haces de luz que salían de dichas linternas, cuando la estancia se fue iluminando nos
sorprendió la imagen que teníamos delante.
Era un lugar amplio, de paredes largas, techo alto y
abovedado, como las viejas catedrales que con tanta ambición se han levantado a
lo largo de la historia más reciente. En cuanto a muebles no había muchos,
había ventiladores de techo de los cuales caían hilos de sangre, y toda la
estancia estaba decorada por los cadáveres descuartizados que habían quedado
allí.
Nos abrimos paso a través de los cuerpos, intentando no
vomitar por las tripas que pisábamos, pero al parecer a Laura la situación la
incomodaba al punto de causarle nauseas, por lo que intenté distraerla con la
información que teníamos al respecto.
-este es un colegio de internados para jóvenes con trastornos
mentales, como un psiquiátrico juvenil, pero como aún están en edad de
escolarización también funciona como colegio para los jóvenes que están
internados acá, o estaban-dije al final viendo los cadáveres sobre los que
caminábamos.
-¿Qué carajo pasó anoche?-preguntó Laura con voz trémula.
-lo que haya pasado debe tener una explicación lógica-dijo
Carlos-dudo mucho que espontáneamente hayan aparecido más de seiscientos
cadáveres decorando este lugar-terminó decir en un tono sombrío.
Seguimos atravesando la nave central del edificio principal,
el preámbulo del infierno en el que enterraría a mi amigo y mi amiga. Al llegar
al final vimos una puerta que parecía dar paso a un extenso pasillo, pero al
abrirla encontramos más cadáveres que ya estaban comenzando a descomponerse.
Laura, que ya no aguantaba las náuseas, se volteó y acto seguido comenzó a
vomitar.
-Perdón por eso-dijo al aire del aquel edificio desierto,
luego de haber descargado todas sus náuseas.
-¿Estás bien?-Le preguntó Carlos, mientras yo buscaba una
botella de agua para que se hidratara.
-sí, sigamos, mientras antes acabemos este trabajo
mejor-contestó decidida.
En el momento en que se irguió, se apoyó sobre un candelabro
que colgaba de la pared, debía colgar allí por decoración pensamos, pero pronto
nos dimos cuenta de que su función principal no era la decoración sino la
apertura del extenso pasillo, a nuestro pies.
Al ver semejante escena nos quedamos atónitos, y decidimos
consultar los planos que nos habían dado de aquel edificio, pero aquel pasillo
no aparecía en los planos, más exactamente, según aquellos planos no existía
ningún nivel por debajo del nivel del suelo.
Al descender por aquel pasillo nos percatamos de que allí no
había cadáveres, no actuales al menos, aquel lugar parecía más tenebroso que la
parte superior del edificio. El lugar estaba compuesto por celdas y
habitaciones preparadas para ejecutar torturas medievales, pero la pregunta que
nos acosaba era ¿Por qué habría un lugar semejante en un internado psiquiátrico
para jóvenes? Tal vez las soluciones a los problemas de salud mental que
buscaban allí no podían ser nada buenos.
Pero aun así ni aquel lugar nos daba las respuestas acerca de
quien había asesinado a todas aquella personas y donde se hallaba actualmente,
si bien no teníamos apoyo porqué el lugar fue sellado luego de que entráramos,
teníamos esposas y armas para apresar al asesino en caso de encontrarlo y poder
defendernos en caso de encontramos rodeados de peligros.
Seguimos caminando por aquel oscuro pasillo cubierto de
celdas medievales preparadas para torturar personas, aquel lugar no nos daba
buena espina pero a pesar de eso seguimos buscando respuestas en aquel lugar
olvidado.
-que divertido parece este lugar-dijo Carlos en tono irónico,
pero en su voz sentí la desesperación que lo oprimía.
-¿te recuerda a algo?-le pregunté sabiendo a que le
recordaba.
-¿Al hospital? Sí, a veces soñaba que ardía hasta los
cimientos, nadie debería pasar esos malos tratos-dijo Carlos, mientras aun
desfilábamos por los pasillos que parecían ser eternos. Oscuros, tenebrosos y
eternos.
Nos quedamos ensimismados en viejos recuerdos hasta el punto
tal que nos desviamos de la realidad y eso muchas veces se paga muy caro. Pero
el precio no fue a cuenta nuestra. Nos percatamos de que
Laura no estaba con
nosotros, nos dimos la vuelta y barrimos el oscuro pasillos con los haces de
luz de las linternas buscando a nuestra amiga.
-¿pudo haberse perdido en alguna mazmorra?, preguntó Carlos,
asustado.
-no lo sé-respondí, hasta ese momento había intentado parecer
calmado pero comenzaba a asustarme de verdad.
En ese momento un grito de agonía atravesó el aire del impío
pasadizo que llevaba sabrá Dios a donde. Corrimos en la dirección del grito
como almas que lleva el diablo, pero al llegar al final del pasillo había una
puerta sumamente aterradora con una inscripción en latín en dintel. La puerta
estaba decorada con calaveras en los bordes y huesos en la pared como una
decoración siniestra.
Ninguno de los dos sabía que decía al principio, así que
Carlos sacó su celular y pasó la frase por un traductor, pero al ver lo que
significaba el teléfono cayó de sus manos. Al ver lo pálido que se había puesto
alcé el celular del suelo y leí lo que decía y entendí por qué Carlos estaba
así, el mensaje decía:
“aléjense de este lugar las almas virtuosas, tras este umbral
el castigo eterno les espera lejos de la gracia de su dios”
-Lauraaa-gritó Carlos mientras se lanzaba a la oscuridad de
aquel lúgubre umbral. Intenté detenerlo pero me fue imposible, todo había
transcurrido demasiado rápido, aun no caía en la cuenta de lo que había
sucedido.
Al atravesar el umbral, vi lo que ninguna persona debería ver
en sus vidas, Laura colgaba boca abajo sin ropa, con el cuerpo cubierto de
cortes y sus ojos estaban abiertos en una expresión de terror. Lo que estaba
claro era que quien lo hizo, no solo se tomó su tiempo, sino que evitó que
muriera rápido,
¿Por cuánto tiempo se habían perdido en esos pasillos?
En la oscuridad de aquella habitación se oyó el sonido de un
filo metálico deslizándose por una de las paredes, apunte el haz de luz en esa
dirección en el momento exacto en que una sombra se escurría y el grito agónico
de Carlos resonaba en la habitación del lado.
Salí corriendo de aquella habitación desesperado y con la
lágrimas corriendo por mis mejillas, pues el hecho de ver a tu amiga colgada
boca abajo, desnuda, asesinada a sangre fría es algo que nadie debía ver ni
mucho menos padecer tan impío destino.
Al entrar en la habitación de la cual provenía el grito de
Carlos me encontré con algo igualmente desalentador, en lo que sería el centro
de la habitación se erigía una cruz de madera donde se hallaba Carlos,
crucificado.
Si bien en el catolicismo se habla de cargar con la cruz
propia jamás me habría imaginado que pudiéramos ser crucificados en nuestra
cruz, la imagen de Laura y Carlos asesinados a sangre fría me torturaría de por
vida.
-¿Qué recuerda luego de eso?-preguntó mi psicólogo.
-nada que recuerde, me desmayé luego de ver eso y lo
siguiente que recuerdo es estar acá-dije.
-claro que es lo único que recuerda, no me sorprende, le
recomiendo que vaya a ver a un psicólogo-dijo mi psicólogo.
-pero si usted es mi psicólogo-dije confundido.
-veo que pasan los años y aún no lo entiende, no se puede ser
parte de la solución siendo parte del problema, debe salir de su zona segura,
debe salir de su mente, ya demasiado con que esté yo aprisionado en su
imaginación-dijo por último mi psicólogo.
Cuando abrí los ojos estaba sentado en mi escritorio, estaba
en mi estudio, pero lo extraño era que cuando entré a aquel lugar aún brillaba
el sol, ahora era de noche. Cada vez me perdía más en mi imaginación. Sí,
imaginación, prefería ese término a trastorno psiquiátrico como lo había
catalogado.
Ya hacía dos años que me sucedía, cada vez mis ensoñaciones
eran más frecuentes y duraderas, verdaderas pesadillas con los ojos abiertos,
ya no lo soportaba y estaba dispuesto a ponerle fin pero
¿Cómo ponerle fin a
algo intrínseco de mi persona?
Mientras buscaba una respuesta a mi pregunta abrí uno de los
cajones de mi escritorio, extraje de allí la foto de mi esposa, besé la foto,
le pedí perdón por no haberla salvado en su momento, cuando debí hacer algo, y
también extraje un arma. Cargué el
revólver, amartillé el arma y sin mediar palabra ni pensamiento di una
última orden desde mi cerebro y luego oscuridad.
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