De misterios y maldiciones
Hay momentos en la vida en los cuales, lejos de poder
explicar lo que pasó, nos cambian profundamente sin saber cómo. Algo así fue lo
que me sucedió aquel verano que salimos a vacacionar con mi novia, íbamos en el
coche que habíamos alquilado luego de bajar del avión.
Nuestro destino era una
bella cabaña en el medio de un bosque, propiedad de su familia, delante de
nosotros nos esperaba un tranquil fin de semana largo lejos de la agobiante
oficina y las ajetreadas y ruidosas calles de la ciudad.
Al llegar desempacamos lo que llevábamos en el coche, y nos
dispusimos a disfrutar de las pequeñas vacaciones que teníamos en nuestras
manos. Todo parecía normal, hasta que surgió esa idea que por más normal que
pareciera encerraba un misticismo lejos de la comprensión humana.
-puede ir a pescar en el bote que está en la orilla del
lago-me dijo ella.
-está bien, no creo que sea algo que se me dé bien pero será
divertido-contesté.
-¿acaso hay algo que se te dé bien? Ve a pescar algo y luego
me cuentas-dijo ella entre inocentes risas.
-se me dio bien enamorarte-le contesté airoso.
-¿Quién dice que no estoy contigo por algo más?-dijo ella
tocándome la punta de la nariz y riendo.
Luego de su broma, tomé prestada una caña de pescar de su
padre y salí en busca del bote. Sí, sería divertido. También me habían contado
que en aquel lago, que era más grande de lo que cabía esperar, en una época era
muy frecuentado por barcos que navegaban con su tripulación en busca de tesoros
que, según contaban las leyendas, estaba en el fondo del lago.
Al poco rato de estar remando, ya podía ver como crecía la
masa muscular de mis brazos, divisé a lo lejos un pequeño bote que se parecía a
los que llevan en los barcos por emergencias o para llegar a la costa.
Me acerqué remando y observé que se trataba de un anciano
que, con una parsimonia que no parecía de este mundo, sostenía una caña en
eterna espera de que, por algún azar del destino, algo en particular mordiera
el anzuelo.
-¿Qué me dice, buen hombre?-le pregunté al acercarme lo
suficiente para poder conversar sin necesidad de levantar la voz, mientras
lanzaba el anzuelo a la superficie del agua, para que luego se hundiera.
-todo es muy tranquilo por aquí, este lugar ya no es lo que
era antes-contestó el anciano.
-los tiempos cambian y a las personas nos cuesta seguirle el
ritmo-le dije.
-tienes razón, joven. Aun así hay demasiada tranquilidad,
buen excepto por los cantos.
-¿Qué cantos?-le pregunté sorprendido, desde que habíamos
llegado no escuchaba a nadie siquiera hablar, a excepción de nosotros claro.
-el canto de los marineros que en su tiempo fue silenciado
por el rugir de los cañones y los fusiles-dijo él como en una ensoñación.
Por momento creía que estaba delirando pero decidí seguirle
el hilo de la conversación por mas descabellada que me pareciera.
-bien se oye que es un canto cargado de felicidad-dije.
El anciano volteó hacía mi para mirarme fijo lo que me
sorprendió porqué desde que hablábamos estaba de perfil.
-sé que no oyes el canto, solo los condenados por las
profundidades podemos oírlo como una eterna maldición-dijo el anciano serio y
volvió a su anterior pose de atento y paciente pescador experimentado.
-hablas con demasiada seriedad sobre profundidades y
maldiciones sin saber, al parecer, que son puras supersticiones-contesté.
-en cada leyenda hay un poco de verdad y en cada superstición
un poco de realidad, este lago está maldito como los barcos y tripulantes que
en él se hundieron.
La conversación con aquel anciano delirante se había vuelto
extraña e insostenible para la razón, así que opté por retomar un camino
olvidado.
-¿si tan solitario es por aquí por qué no se muda?
-porqué las almas una vez reclamadas por el lago ya nunca más
lo abandonan. Además un capitán se hunde con su barco y yo me hundí con el
mío-dijo el anciano.
En ese momento sopló un viento lo suficientemente fuerte como
para hacer virar el bote y al recuperar la estabilidad del mismo, pero cuando
busqué con la mirada al anciano vi que había desaparecido.
Tomé los remos y remé tan rápido como pude, volví a la cabaña
y con el tiempo me olvidé de la pesca, del lago y del anciano.
Dos años después, he despertado a mitad de la noche mientras dormía junto a mi
novia y en la habitación veo al anciano de pie, húmedo como si hubiese estado
sumergido y detrás de él su tripulación. Levanta un dedo y me señala mientras pronuncia su sentencia.
-un alma reclamada por el lago jamás lo abandona y tu alma
fue reclamada por su maldición, bienvenido a la tripulación-dice mientras abre
la boca dejando ver una desdentada y pútrida sonrisa que lleva años sumergida
en el olvido.
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