La vida y sus destinos


Esa noche había tenido sueños que me habían inquietado, soñaba una y otra vez con una pradera verde, sombras frescas de árboles. En fin, una cumulo de cosas a las que fácilmente un espíritu simple podría llamar felicidad.

Demasiada tranquilidad había allí que sentí la diferencia cuando abrí mis ojos o creí hacerlo, en mi habitación había un sillón en un rincón y sobre él una pálida figura descubrí. Su rostro era normal, su sonrisa radiante y tranquila, como quien ve venir a una vieja amistad o alguien con quien estaban destinados a encontrarse.

-¿Quién eres?-logré articular luego de un rato sumido un silencio, que lejos de incomodar parecía llenar el ambiente con las emociones que transmitían ambas miradas.

-soy muchas cosas, soy el amor que has dado, soy el fin de tus temores, soy el horizonte de tus sueños, respondo a muchos nombres, la muerte es uno de ellos.

Luego de que me recuperé de la sorpresa que me embargó, hablé-que extraño se me hace no encontrar tu negra parca y tu amenazante guadaña-dije.

-todo eso me es impropio, no porto dichas cosas fuera de las leyendas populares, soy una vieja amiga de todo ser que existe, soy quien busca a las almas afligidas y en cálido abrazo les devuelve las esperanzas.

-¿acaso he muerto mientras dormía?-pregunté.

-no importa si has muerto durmiendo o en un accidente, ahora solo importa que las miserias de la vida ya no te harán daño, ya estoy aquí y nadie te lastimará-dijo.

En ese momento comencé a recordar los golpes de mi padre, los insultos de mi madre, el abandono que padecí de niño, mi dolor que tanto me persiguió durante toda mi vida. Recordando aquello que no quería recordar derrame lágrimas buscando la absolución del dolor.

En aquel instante, aquella extraña pero amigable figura se puso en pie y acercándose a mí, me estrechó en un fuerte y cálido abrazo y comencé a recordar las cosas lindas que había vivido, aquella familia que me había acogido cuando dormía en la calle, aquella chica de la que me enamoré, recordé el día que me casé y lo felices que fuimos juntos, recordé también a nuestra pequeña hija. Ambas habían muerto el día que entraron unos ladrones a la casa y las mataron. Lloré desconsoladamente por su pérdida, pero conociendo a mi visitante entendí que gracias a él, estaban en un mejor lugar.

-y le harás compañía en la eternidad-me susurró suavemente al oído-ya no hay motivos para sufrir. 

Ven sígueme y te mostraré el camino de la luz.

Se inclinó sobre mi frente y me dio un beso cálido y suave, en ese momento comprendí otra cosa.

-el beso de la muerte, siempre pensé que sería frío como una lápida-dije tranquilo.


-eso creen los vivos en su aflicción por la pérdida de un ser amado, pero en realidad es mi forma de consolar y soltar las almas atormentadas de este mundo para llevarlas al descanso eterno.

En ese momento, el hombre acostado en su cama, aun durmiendo, dejó de respirar.

-ven-dijo estirando una mano, le tomé la mano y me ayudó a levantar, me vestí y nos marchamos caminando como dos viejos amigos que no se vieron por un largo tiempo pero que siempre se supieron destinados a encontrarse-tu hija me habló bastante de ti, te adora, y ahora estará completamente feliz-dijo mientras esbozaba aquella grata sonrisa. Siempre creí que la muerte era dolorosa y trágica, pero en aquellos momentos comprendí que la verdadera tragedia era el dolor que sentíamos de momentos en la vida, la muerte es un estado eterno de la felicidad que sentimos en varios momentos a lo largo de nuestras vidas, ahora soy feliz como lo fui en bastantes ocasiones en vida, pero ahora tengo la certeza de que esa felicidad será eterna y eso me llena de paz y tranquilidad.

Dedicado a todas las personas que vivieron con dolor y se despertaron en la felicidad eterna, descansen en paz.

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